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la desesperación y la muerte.
Así era mejor. Hubiera podido quedarse mucho más tiempo con Kamaswami, ganar dinero,
malgastarlo, hinchar su barriga y dejar que su alma muriese de sed; habría podido vivir todavía
mucho tiempo en aquel infierno suave y bien acolchado, si no le hubiera llegado el momento del
desconsuelo total, de la desesperación. Fue aquel instante, cuando se balanceaba por encima de la
corriente del agua, dispuesto a destruirse. Había sentido esa desesperación, esa profunda
repugnancia, pero no se dejó vencer; el pájaro, la fuente y la voz de su interior continuaban con
vida. Esa era su alegría, su risa; por eso brillaba su rostro bajo las canas.
«Es bueno -pensó- probar personalmente todo lo que hace falta aprender. Desde niño, desde
mucho tiempo, sabía que los placeres mundanos y las riquezas no acarrean ningún bien; pero ahora
lo he vivido. Y ahora lo sé, no sólo porque me lo enseñaron, sino porque lo han visto mis ojos, mi
corazón, mi estómago. ¡Qué bello es saberlo!»
Mucho tiempo permaneció meditando acerca del cambio que se había producido en su ser.
Escuchó al pájaro que trinaba alegre. ¿No había muerto el pájaro en su interior, no había sufrido su
muerte? No; en Siddharta había muerto algo muy distinto, que desde hacía tiempo deseaba
sucumbir. ¿No era lo mismo que en sus ardientes años de asceta había querido apagar? ¿No era su
yo, el yo pequeño, temeroso, orgulloso, con que había luchado durante tantos días, el que siempre
le vencía, el que después de cada penitencia, volvía a surgir, y le quitaba la alegría, y le daba
temor? ¿Acaso no era eso lo que por fin hoy había encontrado la muerte, allí en el bosque, junto a
ese río idílico? ¿No era esa muerte por lo que Siddharta había vuelto a ser un niño, y sintió
confianza, alegría y temeridad?
Ahora también comprendió por qué había luchado inútilmente contra ese yo, mientras era
brahmán o asceta. ¡Se lo había impedido el exceso de sabiduría, de versos sagrados, de reglas para
sacrificios, de mortificaciones, la excesiva ambición! Con arrogancia, siempre había sido el primero,
el más inteligente, el más sabio, el más diligente; siempre se encontraba un paso más adelante de
los demás compañeros, sabios, sacerdotes o eruditos. Su yo se había escondido en ese sacerdocio,
en aquella erudición e intelectualidad; estaba allí y crecía, mientras Siddharta creía apagarlo con
ayunos y penitencias. Ahora se daba cuenta y observaba que la voz secreta tenía razón: ningún
profesor se lo hubiera podido reprimir jamas.
Por ello tuvo que lanzarse al mundo, perderse entre los placeres y el poder, la mujer y el dinero;
se había tenido que convertir en comerciante, jugador, bebedor, glotón, hasta que el brahmán y el
samana de su interior se murieran. Por tal causa había tenido que soportar esos años monstruosos,
ese hastío, vacío y absurdo de una vida monótona y perdida, hasta que por fin, como una
desesperacion, el vividor y el Siddharta ávido habían llegado a sucumbir. Muerto, un nuevo
Siddharta había resucitado. También este se volvería viejo, también tendría que morir algún día;
Siddharta era transitorio, como pasajera es toda formación. Pero hoy se hallaba en plena forma,
joven como un chiquillo, un nuevo Siddharta. Estaba lleno de alegría.
Meditaba todas estas ideas, escuchaba sonriente su estómago y agradecía el zumbido de una
abeja. Miraba con alegría la corriente del río: jamás un agua le había gustado tanto, jamás había
percibido la voz y el ejemplo de la corriente con tanta fuerza. Le parecía que ese río poseía algo
especial, algo que aún desconocía, pero que le esperaba. En ese río se había querido ahogar
Siddharta, y en él había sucumbido el Siddharta viejo, cansado, desesperado. Sin embargo, el nuevo
Siddharta sentía por esa corriente un profundo amor que le obligaba a no abandonarla con prisas.
37
Hermann Hesse
Siddharta
EL BARQUERO
«Junto a este río deseo quedarme -pensó Siddharta-. Es el mismo por el que un amable barquero
me condujo al camino de los humanos, de los niños. Me dirigiré a su vivienda. Desde su choza me
encaminó entonces hacia una nueva vida, que ahora ya está vieja y muerta. ¡Que mi nuevo camino
también empiece desde allí.»
Observaba la corriente con cariño, su verde transparencia, sus ondas cristalinas, con dibujos
llenos de misterio. Contempló las perlas claras que subían desde el fondo, las burbujas que flotaban
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