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la dureza de sus ojos verde amarillentos y la mandíbula tensa, que contrastaba con los
labios suaves y gordezuelos y la piel blanca y cremosa. Reconoció la inquietud que sentía
en las rígidas líneas de su cuerpo.
¿Lees el futuro, bruja?
La pregunta era más bien una orden.
Lo leo en la mano y el pelo replicó el Ratonero, con una nota de misterio en su
temblequeante falsete . En la palma, el corazón y el ojo. Avanzó tambaleándose hacia
ella . Sí, y las criaturas pequeñas me hablan y me cuentan sus secretos.
Dicho esto, súbitamente extrajo del interior de su manto un gatito negro y casi lo lanzó
al rostro de la mujer. Ella retrocedió sorprendida y gritó, pero el Ratonero vio que esta
acción había servido para que la pelirroja le considerase una bruja verdadera.
Mis despidió a la criada y el Ratonero se apresuró a aprovechar su ventaja antes de
que se disipara el temor reverencia¡de Mis. Le habló de los hados y el destino, de
presagios y portentos, de dinero, amor y viajes por los mares. Jugó con las supersticiones
que, según sabía, eran corrientes entre las bailarinas de Lankhmar. La impresionó
hablándole de un hombre moreno con una barba negra, que había muerto recientemente
o que estaba a las puertas de la muerte, sin mencionar el nombre de Krovas por temor a
que un exceso de precisión despertara las sospechas de la mujer. Entretejió hechos,
suposiciones e impresionantes generalidades en una red intrincada.
La mórbida fascinación de contemplar el futuro vedado se apoderó de ella y se inclinó
hacia delante, respirando con rapidez, retorciéndose los esbeltos dedos y mordiéndose el
labio inferior. Sus preguntas apresuradas se referían principalmente a un «hombretón
cruel y de expresión fría», en el que el Ratonero reconoció a Slevyas, y a si debía o no
abandonar Lankhmar.
El Ratonero habló sin descanso, deteniéndose sólo de vez en cuando para toser, gemir
o cloquear, a fin de añadir realismo a sus palabras. A veces el Ratonero casi creía que
era realmente una bruja y que las cosas que estaba diciendo eran verdades oscuras y
atroces.
Pero Fafhrd y el cráneo ocupaban el primer plano de su pensamiento, y sabía que la
medianoche estaba muy cercana. Se enteró de muchas cosas gracias a Mis: por ejemplo,
que odiaba a Slevyas casi más de lo que le temía. Pero no conseguía la información que
más le interesaba.
Entonces el Ratonero vio algo que le animó a redoblar sus esfuerzos. A espaldas de
Mis, una abertura se abría en las colgaduras de seda y mostraba la pared, y reparó en
que una de las grandes piedras parecía estar fuera de lugar. De súbito comprendió que la
piedra era del mismo tamaño, forma y calidad que aquella que viera en la sala de Krovas.
Pensó con optimismo que aquel debía de ser el otro extremo del pasadizo por el que Mis
había huido. Decidió que aquel sería el medio para entrar en la Casa de Ladrones, tanto
si llevaba el cráneo como si no.
Temiendo perder más tiempo, el Ratonero puso en acción su estratagema. Se detuvo
bruscamente, pellizcó la cola del gatito para hacerle maullar y, sorbiendo el aire por la
nariz varias veces, hizo una mueca atroz y dijo:
¡Huesos! ¡Olisqueo los huesos de un muerto!
Mis contuvo el aliento y miró rápidamente la gran lámpara que colgaba del techo, la
lámpara que no estaba iluminada. El Ratonero supuso lo que significaba aquella mirada.
Pero o bien su propia satisfacción le traicionó o bien Mis adivinó que era objeto de una
treta para que se traicionara, pues dirigió una dura mirada al Ratonero. La inquietud
supersticiosa desapareció de su rostro y la fiereza retornó a su rostro.
¡Eres un hombre! le espetó de repente, y añadió enfurecida : ¡Te ha enviado
Slevyas!
Y diciendo esto, extrajo una de las agujas largas como dagas con las que se sujetaba
el cabello y se lanzó contra él, con la intención de clavársela en un ojo. El Ratonero la
esquivó, le cogió la muñeca con la mano izquierda y con la derecha le tapó la boca. La
lucha fue breve y casi sin ruido, gracias al grosor de la alfombra sobre la que rodaron.
Cuando la mujer estuvo bien atada y amordazada con jirones arrancados de las altas
colgaduras, el Ratonero cerró la puerta que daba a la escalera y luego tiró del panel de
piedra, el cual se abrió y reveló el estrecho pasadizo que el joven había esperado
encontrar. Mis le dirigió miradas incendiarias llenas de odio, mientras se debatía en vano.
Pero el Ratonero sabía que carecía de tiempo para explicaciones. Se subió las sayas de
bruja y saltó ágilmente hacia la lámpara, afianzándose en el borde superior. Las cadenas
resistieron, y el joven se alzó hasta que pudo ver por encima del borde. En el hueco de la
lámpara estaba el cráneo de color pardo apagado con sus gemas deslumbrantes y los
huesos terminados en joyas.
La ampolla superior de la clepsidra estaba casi vacía. Fafhrd observaba impasible
cómo se formaban las gotas brillantes y caían en la ampolla inferior. Estaba tendido en el
suelo, de espaldas a la pared, tenía las piernas atadas desde las rodillas hasta los tobillos
y los brazos también estaban atados a la espalda con una cantidad innecesaria de
cuerdas, de modo que se sentía totalmente paralizado. A cada lado permanecía en
cuclillas un ladrón armado. Cuando se vaciara la ampolla superior sería medianoche.
De vez en cuando su mirada se posaba en los rostros oscuros, desfigurados que se
alineaban ante la mesa sobre la que descansaba el reloj y ciertos extraños instrumentos
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