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vivo. En cualquier caso, el primer efecto que tuvo su pregunta fue el de hacer que
Howard Bight mirase directamente a Maud. Ella le devolvió la mirada, pero sin preguntar
nada de momento. Le parecía insondable y lo que estaba haciendo con el fascinado
infatuado creaba una nueva expectación. La verdad es que la mirada de Bight podía
significar que no sabía qué responder, pero incluso si esto era así, ella no tenía nada que
responder. Así que al cabo de un momento volvió a hablar sin la ayuda de Maud.
-Yo le he dado por perdido.
Marshal escuchó esto y dijo luego:
-Entonces tendrá que regresar. Es decir, querrá verlo con sus propios ojos, sentir la
impresión.
-¿Del revuelo que ha armado? Pues sí. -Bight sopesó lo que decía-. Eso sería lo ideal.
-Y, entonces, eso que usted llama el revuelo... -continuó Marshal lúcidamente-
resultaría... si cabe... aún más...
-Ya, pero ¿y si no puede?
-¿Si no puede, quiere usted decir, superarse a sí mismo después de la que ha armado?
-Si no puede volver en absoluto, por Dios -respondió Bight en un tono levísimamente
desabrido-. ¡Si no puede regresar de entre los muertos!
El pobre Marshal tuvo que afrontarlo. -No, si uno está muerto, no.
-Pues eso es lo que estamos diciendo.
En este punto, Maud, por compasión, le lanzó un cabo.
-Creo que el señor Marshal parte, como si dijéramos, de la posibilidad de que uno no lo
esté. -La rápida mirada de gratitud de él la animó a seguir-: Siempre y cuando uno no lo
esté, completa y absolutamente, podría volver.
-Ah -exclamó Bight-, ¿justo a tiempo para el escándalo?
-Antes -intervino Marshal- de que el interés decaiga. Y entonces, naturalmente, no
decaería, ¿no?
-No -concedió Bight-, a no ser que, estando uno perdido demasiado tiempo, hubiera ido
decreciendo el interés hasta extinguirse del todo.
-Claro, claro -concedió el invitado-, uno no puede estar perdido demasiado tiempo.
Ante sus ojos se había abierto un amplio panorama y el tema le seguía empujando
adelante. Ante esa vastedad, hizo otra pausa.
-¿Como cuánto tiempo creen ustedes que...?
Bight se vio obligado a pensarlo, ciertamente.
-A mi modo de ver, Beadel se ha excedido ya.
El pobre hombre se lo quedó mirando.
-Pero ¿y si no está en su mano...?
Bight lanzó una carcajada.
-Claro; digo en caso de que lo estuviera.
Maud intervino de nuevo y, como la pregunta iba dirigida a Bight, Marshal aguzó los
oídos.
-¿Te parece que Beadel se ha excedido?
Una vez más, Bight tuvo que reflexionar. Sin embargo, su respuesta no fue nítida.
-No creo que podamos afirmarlo a menos que también él pueda hacerlo. No me parece
que, sin ver el asunto, y juzgando el caso especial, uno pueda llegar a saber a ciencia
cierta cómo debe considerarse. Por una parte, podría ser que hubiera echado a perder, por
así decirlo, su mercado. Por otra, puede ser que se haya superado a sí mismo.
-Podría ser -terció Maud- su consagración definitiva. -Claro -Marshal estaba rozagante-
, esa posibilidad no se puede descartar.
-Qué lástima, pues -rió Bight-, que no haya nadie que la aproveche. Es decir, por la luz
que arrojaría sobre las leyes (tan misteriosas, tan curiosas, tan interesantes) que gobiernan
las grandes corrientes de la atención pública. Y que no son del todo erráticas, vulgares y
disparatadas; poseen su extraña lógica, su oscura razón... ¡si uno tan sólo pudiera alcanzar
a conocerla! Quien lo haga, siempre que sepa guardar el secreto, eso sí, obtendrá de ello
una fortuna eterna... y, sin duda, la de unos pocos más. Es nuestra especialidad, nuestra
preocupación, la de la señorita Blandy y la mía, esta búsqueda de lo incalculable, ese
análisis, para lograrlo, de las formidables fuerzas de la publicidad. Claro que,
naturalmente, debe recordarse -continuó Bight- que en el caso que nos ocupa, el de un
personaje que desaparece como Beadel suplantando cualquier otro tema periodístico,
debe disponer de alguien que trabaje para él sobre el terreno, que mantenga el fuego,
alguien que actúe, con verdadera inteligencia, en su interés. Es decir, si es que aspira a
beneficiarse de ello cuando aparezca. Como comprenderá, lo que no puede suceder es
que el regreso caiga en el vacío.
-No, no, en el vacío nunca. -La idea hizo encogerse a Marshal. Atenazado en una
especie de torno por la extremada lucidez de su anfitrión, exhalaba interés por los cuatro
costados-. Pero, en el caso Beadel, no caería en el vacío, ¿no? Vamos, si regresara.
-No, ciertamente. En el caso Beadel, no caería en el vacío. Eso creo que puedo
garantizarlo. -Bight lo garantizó tanto que se recostó en el sillón e introdujo los dedos
pulgares en las sobaqueras del chaleco irguiendo mucho la cabeza-. Lo que sucede es que
Beadel es un lujo, digamos, desperdiciado. Y de manera tan clamorosa que uno llega a
lamentar que nadie intervenga, lo digo en serio.
-¿Intervenir? -El invitado estaba pendiente de los labios de su interlocutor.
-Hacer las cosas mejor, vamos, hacerlo a derechas, como quien dice. Para, levantado el
torbellino, capear el temporal. Aprovecharse del momento psicológico.
Marshal estaba de acuerdo, pero se quedó cavilando.
-¿Habla usted de la reaparición? Comprendo. Pero el hombre que reapareciera (al
menos eso creo, o es que no le sigo) debería ser la misma persona que el que desapareció.
De nada serviría que apareciera otro, ¿no?
Bight se quedó mirándolo con atención, como si se abrieran ante sí grandes
posibilidades.
-No, a menos que esa persona apareciera con, digamos..., noticias sobre él.
-Pero ¿qué noticias?
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